lunes, 8 de febrero de 2010

FILOSOFÍA Y VIDA COTIDIANA

Reflexión entorno al texto Fontanería Filosófica de Mary Midgley.[1]

Por Alex Trujillo

Al recorrer los pasillos universitarios, encontrándose inmerso en una discusión de cafetería llena de prodigiosa elocuencia, rica en bibliografía y vanidad intelectual, uno no se atrevería fácilmente a afirmar que aquel conocimiento académico tiene algo o mucho que ver con la vida cotidiana de la gente de “a’pie”. Mucho menos haría una propuesta como la de Mary Midgley en su texto fontanería filosófica.

El título de este ensayo es realmente sugestivo y trasgresor, pues comparar la filosofía con la cañería raya con el pudor de los círculos intelectuales que elevan la filosofía al altar del saber académico. El propósito de la analogía que realiza Midgley es develar que “filosofar no sólo es algo sublime, elegante y difícil, sino también necesario.” (MIDGLEY; 15:1996) Dicha analogía se sustenta en:

  1. Ambos (fontanería y filosofía) son sistemas de suma importancia para la vida cotidiana;
  2. y aunque son importantes, en general, pasan inadvertidos para el común de la gente;
  3. salvo cuando empiezan a fallar y el daño es demasiado grande, que es totalmente evidente.

En estos términos resulta fácil admitir que la fontanería es importante para la vida cotidiana y aún más sencillo, encontrar un daño cuando se presenta. Pero para el caso de la filosofía, no resultan tan evidentes las características enunciadas. Resulta por tanto, necesario ampliar la semejanza. Digamos que la tubería está dividida por tramos que, en el caso de la filosofía, son los conceptos. Que el agua es el lenguaje o el pensamiento y que interconecta nuestra casa que podría ser nuestra ciudad o círculo social, o cualquier grupo al que nos encontremos inscritos, con los demás.

Igualmente, nos advierte Midgley: “Cuando los conceptos con los que vivimos funcionan mal, no suelen gotear ruidosamente desde el techo ni inundar el suelo de la cocina. Sólo distorsionan y obstruyen silenciosamente nuestro pensamiento”. (14:1996)

El “sistema filosófico” al igual, que los alcantarillados de nuestras ciudades, no fue pensado desde un inicio en su dimensión actual, sino que se fueron añadiendo segmentos según las necesidades inmediatas y aún así funcionan hoy como un todo. Midgley, al igual que lo hace Isaías Berlin[2], parte de la dualidad entre dos tipos de actitudes filosóficas, que en este caso serían dos tipos de fontaneros.

Estos fontaneros, poetas y abogados, cumplen dos funciones complementarias, los primeros como visionarios van orientando hacia donde seguir, cuál es el siguiente tramo a añadir, mientras los más estrictos y especialistas van encontrando leves fisuras que pueden terminar siendo grandes zanjas en el sistema. Para Midgley:

“Los grandes filósofos, por tanto, requieren de una inhabitual combinación de talento. Deben ser tanto abogados como poetas. Han de poseer la nueva visión que indica el camino a seguir, y la tenacidad lógica para discernir entre lo que está, y lo que no está, implícito en el trayecto”. (15:1996)

Esta cuestión entre quienes generan grandes esquemas conceptuales, ejemplo, Marx, Hegel, Kant; y quienes se especializan como los filósofos analíticos contemporáneos. No es nueva en la reflexión filosófica. Y las críticas de Midgley a ambos, tampoco lo son. Aún así, son determinantes en el texto. Pues la voluntad creadora de los poetas, muchas veces es demasiado amplia y excede el campo de dominio de la filosofía. Al igual que la voluntad de verdad y la sobre especialización de los abogados, que condenan a la filosofía a estar encerrada en las aulas universitarias, cual si fueran laboratorios.

Midgley, estará de acuerdo con que ambos son necesarios, que sus funciones garantizan el buen estado del sistema, y el sistema importa porque permite vivir óptimamente. Para comprobarlo, utiliza como ejemplo, el Contrato Social, como un esquema conceptual de una importancia que nadie puede poner en duda.

La historia de los pueblos del mundo entero cambió radicalmente, cuando la filosofía se ocupó del problema de la libertad, en la medida que las ideas de la Ilustración provocaron transformaciones en la organización social y consolidó la estructura del Estado Moderno.

El contractualismo se nos presenta día a día en nuestras vidas cotidianas, cuando por ejemplo, pagamos impuestos, obedecemos ciertas normas, exigimos y ejercemos algunos derechos. Firmamos continuamente contratos, e implícitamente nuestra familia se sustenta en uno.

Es decir, la reflexión filosófica no es algo alejado de la vida de las personas del común, sino que es la vida cotidiana el motor de la reflexión. Ya lo decía Hume, cuando decía que “el filósofo, antes que filósofo también es un ser humano”, que vive en el mismo mundo que los demás y que le afecta lo que a ese mundo le suceda. La filosofía se aleja momentáneamente de la vida cotidiana, porque es un paso necesario para solucionar algún goteo que afecta el normal transcurso de la vida en la superficie. Por ejemplo: “Sócrates dio inicio a la filosofía sumergiéndose directamente en los problemas morales, políticos, religiosos y científicos de su época. Siguió avanzando hacia la abstracción, no por si misma, sino porque era necesaria para aclarar las confusiones más profundas subyacentes a estos desórdenes primarios”. (MIDGLEY; 29: 1996)

En conclusión, aunque este amor a la sabiduría, que llamamos filosofía es una actividad importante en sí misma, se encuentra articulada a los dilemas de nuestra civilización, incluso los más comunes y que por ende se ve comprometida a prestarles la mayor atención posible, de allí, no sólo obtendrá el reconocimiento de la sociedad, sino el insumo para su reflexión. Y esta época da que pensar, dice Heidegger. Ya hay muchas tuberías agrietadas que llenan de pestilencia el ambiente.



[1] Inglaterra, 1919. Una filósofa "ferozmente combativa" y "el azote más importante a la pretensión científica", como la ha descrito The Guardian. Especializada en filosofía moral, es profesora emérita en la universidad de Newcastle. Ha escrito más de una docena de libros, entre ellos El primate ético, La maldad, o La ciencia como salvación.

[2] En su famoso ensayo “el erizo y el zorro", Isaiah Berlin dividió el mundo en dos grupos, basándose en un proverbio griego antiguo, que enfrentaba a los dos grandes enemigos cara a cara. La fábula cuenta que los zorros siguen muchos objetivos al mismo tiempo, ven el mundo en toda su complejidad, están siempre difusos, moviéndose en diferentes planos, y sin integrar sus ideas en una visión unificada. Los erizos, por el contrario, simplifican la complejidad del mundo en una sola idea que unifica y guía todo lo demás. Reducen los retos y los dilemas en ideas simples, y desechan todo aquello que no tiene que ver con estas ideas. Cuando los zorros y los erizos se enfrentan, siempre grana el erizo.

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